Nunca voy a olvidar mi primer trabajo. Tenía tan solo 15 años y fui a trabajar en una clínica veterinaria. El primer día de trabajo estaba ansioso porque no sabía como sería trabajar, tener un empleo. Llegué antes de la hora indicada, me presenté a mi jefe y me dio la primera orden: barrer la clínica. Lo hice con gusto. Terminé y me senté aguardando a la siguiente instrucción que no tardó en llegar: lavar los gallineros. La segunda tarea no me gustó tanto, el “popo” de las gallinas olía muy feo, pero lo hice con esmero. Luego de terminar volví a sentarme para aguardar la siguiente tarea. Mi mente juvenil decía que no debería atreverme a hacer algo sin la debida orden. No quería molestar. Además, recuerdo que al lado de la silla en donde me sentaba había una bolsa de maní crudo. Y me encantaba el maní. Entonces, mientras esperaba la nueva orden, aprovechaba para comer un poco de maní.
Luego de 30 días de trabajo, fui despedido. Mi jefe me llamó a su oficina y me dijo que lamentaba mucho, pero que en realidad no necesitaba una persona ayudando en la clínica. Me puse triste, pero lo entendí, aunque me pareció raro ver que dos días después, mi puesto estaba cubierto por otro muchacho. No tardó mucho y pude entender lo que había pasado. Mi mamá encuentra una persona en la calle y esa le cuenta que mi despido fue por que yo solo me quedaba sentando comiendo maní en lugar de trabajar. Al escuchar eso de mi mamá lo único que mi mente adolescente pudo pensar fue: “Si era solo eso, ¿porque mi jefe no me lo dijo?” Yo no quería ser “atrevido”. Por eso me sentaba a esperar las determinaciones de mi jefe. No quería molestar. Y por eso fue despedido.
A los 15 años y de una manera muy tonta, aprendí algo que cambiaria mi vida profesional: observar y actuar. Fui despedido por total falta de iniciativa y no podía jamás volver a cometer el mismo error. Así que en todos los siguientes trabajos que tuve, traté de observar el entorno, identificar el trabajo y hacerlo. Esa práctica hizo con que yo encontrara más cosas de las que mis jefes esperaban de mí. Y a la vez, me puso en una posición de distinción en relación a mis compañeros. Trataba de no ser apenas un trabajador que viene a cumplir determinada tarea y cobrar su sueldo. Miraba mi entorno y buscaba cosas para hacer incluso fuera de mis funciones. Y sin darme cuenta, estaba creando mis oportunidades.
Hoy tengo 35 años, y desde los 33 soy gerente general para Colombia de una multinacional brasilera de pegantes que tiene 16 plantas en todo el continente latino americano. Soy el único gerente del grupo que no cuenta con un titulo profesional. A los 33 años y antes de concluir la carrera universitaria logré una posición laboral que muchos profesionales no han alcanzado sino hasta los 50 años. Y que muchos jamás han alcanzado.
He escuchado muchas veces alguien decir que no tuvo éxito en la vida por que no tuvo buenas oportunidades. También he visto personas montaren proyectos y ante el fracaso justificar: “Lo que me hizo falta fue tan solo suerte”. No tengo ninguna duda de que ha miles de millones de personas en todo el mundo esperando su gran “oportunidad”, esperando algo milagroso o sobrenatural que caiga del cielo y les empuje vorazmente hacia el éxito. No perciben que la oportunidad esta a su lado. Esperan algo que suceda en tan solo un segundo y que haga con que su vida de fracaso se transforme en algo extraordinariamente exitoso. Algunas de esas personas cambian de trabajo cada año en una búsqueda incansable de la gran oportunidad laboral. La oportunidad para destacarse y mostrar su valor.
La oportunidad esta en todas partes. Tan solo observa y actúa. No te quedes sentado comiendo maní y esperando la gran oportunidad. Las empresas hoy están llenas de trabajadores que van a cumplir sus funciones, cobrar sus sueldos e irse a la casa descansar. Sé diferente. Observa y actúa. La oportunidad está a tan solo dos metros de ti.
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